5 de agosto de 2011

VIII: Chocolate por la tarde y muertos por la mañana

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

Los domingos solía tomarse un chocolate caliente mientras miraba al mar. Ese domingo un hombre se sentó a su lado, Agnes intentó mirarle, pero no pudo evitar quitar la vista del horizonte, algo se lo impedía. Aquel extraño al que apenas podía mirar de reojo comenzó a hablar:

-No escribas sobre él, no lo vuelvas a hacer. Hay más gente que busca el cuaderno, si empiezas a llamar la atención irán a por ti y te lo quitarán. En el momento en que tengas problemas Philip te ayudará, él no sabe nada.

Se fue.

Aquella noche, mientras se lavaba los dientes, Agnes miró al espejo y se vio a si misma en medio de la guerra. Comenzó a temblar.

Por la mañana no supo qué escribir en el cuaderno, se lo llevó con ella. Llegó al trabajo sin su característica alegría mañanera. Todos se percataron, sus compañeras no se interasaron, los machos de la oficina hicieron la típica broma sobre el ciclo menstrual femenino y Philip se sintió preocupado.

Reunió fuerzas y decidió ir a hablar con ella, pero no estaba, había salido. Preguntó a dónde se había ido: "accidente mortal en el puente del Sur, muchacho". Robert había ido con ella para escribir la crónica, sintió celos.

27 de julio de 2011

VII: Fotógrafa de ladridos

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

Pasaron los meses, Agnes encontró trabajo haciendo fotos para un periódico local. Disfrutaba fotografiando, incluso cuando le tocaba retratar a las señoras con sus perros en el día de la mascota. Sus compañeros le caían bien. Jugaba a analizar la oficina como esos documentales sociológicos. Eran muy pocos, lo que hacía que fuera más divertido retratarlos así. Su hermano había comenzado a salir con una chica y aunque se habían distanciado un poco estaba muy feliz por verle así.

Un lluvioso miércoles llegó un nuevo chico a la oficina. Aunque para el común de las mujeres no era cosa del otro mundo, estas se apresuraron a presentarse y a hacerle saber quién era cada una. Agnes odiaba aquellos rituales de pavoneo, pero disfrutó viendo la situación incómoda en la que se vió envuelto.

Philip se encargaría de diseñar todos esos gráficos que se ven en los medios, con todas esas barras y quesitos llamados "infografías". No era un chico normal. No era el tipo de hombre que dice "qué ojos tan bonitos tienes". No era esa clase de hombre. Le gustaba estar solo, pero echaba de menos a alguien por las noches. Era muy distante con todos sus compañeros, meticuloso con su trabajo y correcto en las formas.

Agnes siempre mostró interés por Philip, le gustaba su trabajo, simple y elegante a la vez. Pero su actitud esquiva impedía que ni siquiera pudiera mantener una cordial conversación con él a la hora del café. Con mucha frecuencia pensaba en él, dónde viviría, ¿sería así de apático con sus amigos?. Decidió escribir en el cuaderno "Hablar con Philip".

Aquella mañana, Philip llegó a su cubículo con unas ojeras que le llegaban a los pies. Pasó el día realizando su trabajo. No pasó nada.

20 de julio de 2011

VI: Demasiadas preguntas para un cuadro de Sorolla

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

No entendía el funcionamiento de aquel cuaderno, de sus textos escritos en él, de su poder. Estaba claro que influía en su vida, pero ¿y en la de los demás?. ¿Qué era aquel mundo que había creado?. ¿Qué era real y qué no?. ¿Acaso estaba soñando?. ¿Dónde estaba?, ¿en la guerra o en el sitio que siempre soñó?. ¿Qué pasaba si por alguna razón no podía escribir o si se quedaba sin cuaderno?. ¿Quién puso ese cuaderno allí?. ¿Tendría respuestas para ella?. Agitó la cabeza hacia los lados como deshaciéndose de tantas preocupaciones, decidió improvisar.

Escribió: "Salté encima de los charcos". Miró por la ventana, hacía un día espléndido. Quería poner a prueba aquel instrumento.

Dio un salto, corrió como una niña pequeña hacia el armario, mientras sonreía. Buscó un vestido que ponerse, le encantaban todos, le encantaba su armario. Volvió a deternerse ante la ropa que no era suya. Se acercó y la olió. Se le escapó una leve sonrisa. Se puso un vestido blanco, simple, sin detalles. En la parte inferior encontró unas sandalias. Se miró en el espejo y pensó que quizá a Sorolla le hubiera gustado pintarla, ¿habría playa en aquel lugar?.

Corrió escaleras abajo y abrió la puerta. El sol había desaparecido, llovía. Su sonrisa se volvió aún mayor, el cuaderno funcionaba. Salió al jardín, dejó que la lluvia destrozase su peinado, que las gotas se confundieran con las lágrimas que caían por su rostro. Lloraba de alegría, estaba saltando encima de los charcos.

13 de julio de 2011

V: ¿Pies frios? Nunca más

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

Estaba tan a gusto, limpia, sin sangre, sin dolor en las muñecas, sin cansancio en las piernas. La cama era enorme. Las sábanas olían a recién lavadas. Se dio una vuelta, otra más, le gustaba hacer eso, estaba agusto. Se quedó dormida.

Notó como alguien la abrazaba con cariño. No quiso abrir los ojos, disfrutó del momento. Cogío su mano y se la llevó al pecho. Durmieron como nunca lo habían hecho.

Por la mañana, los rayos de sol que se colaban por el ventanal la despertaron. Tenía un nuevo cuaderno en la mesita y no había nadie más en la habitación. Al su lado, una nota. "Con esto, no tendrás que regresar jamás."

No lo había pensado, pero si escribía la historia estando dentro de ella, los minutos se convertirían en horas y podría disfrutar de aquello para siempre. No volvería a estar sola, no volvería a dormirse con los pies frios, no sería infeliz, nunca más.

6 de julio de 2011

IV: Rojo carmesí

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

El olor metálico de la sangre empezaba a llenar toda la habitación. Nunca había estado tan alterada, pero tranquila al mismo tiempo. Tenía un cadáver a sus pies, sin embargo, le consolaba saber que no era el suyo.

Su cuaderno estaba encharcado, sus hojas, inservibles. Solo quería seguir escribiendo, durante tanto tiempo que una vez de vuelta a aquel lugar, nada pudiera hacerle salir de él.

Clavó sus rodillas en el frío mármol y, con el dedo índice, retomó la historia. Ahora, todo se teñía de rojo carmesí.

29 de junio de 2011

III: Olor a mojado

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

Se secó las lágrimas y alzó la mirada. Todo estaba oscuro, hacía frío. Extendió los brazos y tocó el vacío. De nuevo estaba sola, sentada con su cuaderno entre los trapos que la resguardaban del vendaval. Las hojas estaban húmedas, arrugadas. Llovía.

Tambaleándose entró en la casa. Sabía que estaba en la realidad, odiaba la realidad. Quería seguir jugando a aquel juego. Se tumbó en la cama y pensó que debía seguir escribiendo.

Un enorme ruido en la entrada hizo que lo olvidara todo. Escuchó pasos rápidos, alguien corría dentro de su casa. Quiso que fuera su hermano.

Un soldado irrumpió en su habitación, abrió la puerta de una patada. No identificó su bando. Le estaba apuntando con su arma. Agnes no entendía de armas, pero esta era muy grande, como una escopeta. Recordó que lo llamaban fusil.

Levantó las manos. Estaba congelada, había dejado de llorar. Se abalanzó sobre ella, comprendió que estaba intentando violarla. Intentó zafarse de él, pero era muy fuerte. El soldado comenzó a desnudarse de una manera muy torpe al tiempo que intentaba arrancarle la ropa. Agnes con sus manos intentaba quitárselo de encima. No podía. Era muy fuerte. El soldado cogió sus manos e intento besarla, ella apartó la cara. Le dio un bofetón con su mano derecha, Agnes cogió el telefóno con su mano izquierda y golpeó al despreciable ser. El hombre calló al suelo. Agnes cogió un cuchillo y la parte reptiliana de su cerebro le ordenó que apuñalara a aquel hombre. Lo hizo. Con desprecio, con rabia, con odio.

Se retiró a un rincón de la habitación llorando, muy nerviosa, casi no podía respirar. Se acurrucó. Miro sus manos, temblorosas manos llenas de sangre. Sintió la necesidad de lavarse.

Miró a su espejo. Había sangre en su cara. Con el poco agua que quedaba intentó lavarse el rostro. El cristalino fluido se tiño de rojo. Necesitaba abrazar a su hermano.

Fuera estaba lloviendo. Ya no olía a mojado, olía a sangre.

22 de junio de 2011

II: Las "Cartas de la Muerte"

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

Sóno el timbre. Cogió aire, se levantó y abrió. Se sintió paralizada al ver a su hermano, en unas milésimas pensó en si había escrito sobre él. Su hermano era mayor que ella, recordó la dulzura con que la trataba, la manera en que le había protegido. Recordó que cuando estaba triste por algún chico o porque había discutido con sus amigas, él siempre estaba ahí para consolarla. Le abrazaba y se sentía segura y feliz.

Cuando estalló la guerra, su hermano tuvo que ir al frente. Fue muy duro para ella. A los 6 meses, el gobierno mandó una carta. Las familias que recibían aquellas cartas no necesitaban abrirlas, las llamaban las "Cartas de la Muerte". A los pocos meses sus padres tuvieron un accidente de coche. Se quedó sola. Es cierto que tenía más familia y amigos. Pero estaba sola.

Volvió en sí y se abalanzó sobre él. Le abrazó como nunca lo había hecho. Él le devolvió el abrazo.

-Agnes ¿Qué pasa?
-Te echaba de menos.

Comenzó a llorar.

15 de junio de 2011

I: Cuando te golpean

Seguía escribiendo, a pesar del ajetreo y las sirenas que anunciaban bombardeo, a pesar de que una parte de sí hubiera cedido ya a la posibilidad de que no quedasen oídos que escucharan sus historias, ni mentes que poner en marcha con el mecanismo de sus argumentos. Aún así, línea tras línea, conformaba un mundo tan diferente que le era tarea casi imposible imaginarlo. Describía el olor de la nata cayendo sobre las fresas, el sonido de las manzanas al desprenderse de los árboles y las hojas que se mecían al compás del viento.

Echaba de menos las puestas de sol y ver los campos verdes sin agujerear. Escribía para huir, para escapar de las bombas, de la muerte y de la soledad. El ruido de los hombres intentando destruirse cada vez se hacía más y más fuerte, pero ella no oía nada.El tiempo se detuvo en un instante, notaba como todo se le venía encima, una fuerza descomunal la arrastró. Comenzó ese pitido en su cabeza. Perdió la consciencia, pero se despertó en el mundo que siempre se imaginó.

Estaba en una cama y tenía sobre sus piernas una bandeja con tostadas, mantequilla, zumo de naranja y fresas con nata. Amaba las fresas con nata. Fue el mejor desayuno de su vida. Disfrutó de aquel momento, sonreía. Cuando acabó salió de la cama. Todo era nuevo. Recorrió toda la casa. No se oían bombas. Pudo ver a través de unos enormes ventanales aquellos grandes campos con los que soñaba. El Sol estaba en lo alto, quizá habían pasado dos horas desde que había amanecido.

De pronto tubo un escalofrío al pensar que quizá no estuviera sola y que tal vez allí había alguien más. Después de todo no sabía como había llegado allí ni quien le había preparado el desayuno. Su pulso se aceleró y corrió hacia el armario, tendría que haber ropa. Encontró abundante ropa de mujer y un par de pantalones y chaquetas de hombre, no sabía de quién era aquello, pero fuese de quien fuese tenía buen gusto. Pensó en que debía haber fotos, "tiene que haber fotos, siempre hay fotos", se dijo felicitándose por su perspicaz razonamiento. Sí había fotos, pero no de personas, eran de lugares. De pronto se dio cuenta de cuánto odiaba que la fotografiasen. Todo empezó a volverse muy raro.

Se quedó en silencio petrificada un medio de la casa sin saber qué pensar o hacer. De repente sonó el teléfono.

"¡Creí que no ibas a despertar nunca!", una voz juvenil y llena de vida estaba al otro lado del auricular. "Espero que te haya gustado el desayuno, Margaret lo ha preparado como siempre, ¡como a tí te gusta!" Esa voz le resultaba de algun modo familiar y, sin embargo, creía no haberla escuchado jamás.

Sintió vertigo, era como si recuperara la memoria, todo le resultaba familiar. Incluso la voz del teléfono.

-Estaba muy rico, balbuceó.
-¿Estás bien?
-¿Eh? Sí, sí, estaba todo muy bueno.
-Bueno, date una ducha y prepárate, te voy a buscar y comemos juntos. Un beso.

No lo soportó y colgó lo más rápido que pudo. Le vino una visión del horror de la guerra. Pero aunque hubiera visto cosas atroces, nunca había estado tan asustada como ahora. Todo era tan real.

Margaret, ese nombre... Sintió el chispazo de las ideas en su cerebro. ¡Estaba escribiendo sobre Margaret!¡Antes de llegar aquí, escribía sobre ella! Tuvo que sentarse, era demasiado difícil asimilar lo que estaba pasando.

Las fotografías, los vestidos, esa voz... todo había estado en su cabeza antes de ser escrito. No era posible, pero estaba sucediendo. Estaba dentro de su propia historia.

Subió rapidamente las escaleras hacia la habitación, se puso lo primero que encontró. Pero no sabía que hacer. Esperar a que llegara el muchacho con el que había hablado o huir. Huir, sí, pero a dónde. Dónde estaba, qué día era. Eso no lo había escrito. Decidió esperar, después de todo, aquella voz le resultaba familiar.

Sentada delante del espejo del tocador, cepillaba su larga melena. Apenas recordaba su verdadero color, pero el reflejo se la mostraba dorada, como los pendientes de mamá.

Pensó mucho aquel rato, aquella "nueva vida" era real: sentía los rayos de Sol que le llegaban desde el exterior, se había sentido nerviosa e incluso había disfrutado de un desayuno. Aún así conservaba los recuerdos de su "vida anterior", aquella maldita guerra que se había llevado a su hermano. Se escuchó a si misma diciendo en voz alta "estúpidas guerras". Se sintió triste. Recordó a sus padres que tampoco estaban y también se sintió sola.

9 de junio de 2011

Noventa céntimos el kilo

Esperaba siempre lo mejor de él, pero desgraciadamente no era perfecto.

De todos modos, pensó, la perfección es aburrida, y a ella le encantaba discutir. Si no fuera por lo detestable de sus imperfecciones, hubiera estado toda la tarde del sábado solucionando crucigramas.

Esta vez fue por los platos, por los malditos platos. En el fondo a él también le gustaba discutir, la veía diferente, y en cierta manera, le atraía más. Cuando discutían ella solía recogerse el pelo. Era como una especia de ritual.

Alzaba los brazos con desdén y, de un golpe seco, su melena se recogía hacia el cogote. También su pelo sabía que en esos momentos no se podía bromear.

Ambos sonreian para sus adentros, pero ninguno lo manifestaba, como si no quisieran perder. Era como una delgada línea que sabían que existía pero que no debían cruzar.

Entonces empezó el alboroto, el griterío y la verdulería en casa de los Azcarate. Que si aún quedan pedazos de espinaca en el cucharón, que si el vidrio de las copas no reluce como debiera...

Ella, siempre empezaba ella, le mostró el cucharón muy cerca de su cara. Él corrió hacia la pila y cogió un par de platos, intentando que fueran los preferidos de su compañera, y los estampó contra el suelo. "Así no hay que fregarlos" le espetó.

"Bien, entonces tampoco querrás que planchemos estas camisas ni doblemos estos calcetines" gritó enfurecida, mientras pedacitos de tela volaban como confeti por toda la cocina.

Se movían rápidamente por las habitaciones, mientras se gritaban y buscaban cosas valiosas para el otro que destruir. Llegaron a la habitacion, estaban muy cerca. Comenzaron a besarse. Se agarraron con fuerza e hicieron el amor.

Lo hicieron, con un amor tan intenso como sus discusiones, ralentizando el tiempo que minutos antes habían conseguido acelerar. El pelo volvía a caer por su espalda.