27 de julio de 2011

VII: Fotógrafa de ladridos

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

Pasaron los meses, Agnes encontró trabajo haciendo fotos para un periódico local. Disfrutaba fotografiando, incluso cuando le tocaba retratar a las señoras con sus perros en el día de la mascota. Sus compañeros le caían bien. Jugaba a analizar la oficina como esos documentales sociológicos. Eran muy pocos, lo que hacía que fuera más divertido retratarlos así. Su hermano había comenzado a salir con una chica y aunque se habían distanciado un poco estaba muy feliz por verle así.

Un lluvioso miércoles llegó un nuevo chico a la oficina. Aunque para el común de las mujeres no era cosa del otro mundo, estas se apresuraron a presentarse y a hacerle saber quién era cada una. Agnes odiaba aquellos rituales de pavoneo, pero disfrutó viendo la situación incómoda en la que se vió envuelto.

Philip se encargaría de diseñar todos esos gráficos que se ven en los medios, con todas esas barras y quesitos llamados "infografías". No era un chico normal. No era el tipo de hombre que dice "qué ojos tan bonitos tienes". No era esa clase de hombre. Le gustaba estar solo, pero echaba de menos a alguien por las noches. Era muy distante con todos sus compañeros, meticuloso con su trabajo y correcto en las formas.

Agnes siempre mostró interés por Philip, le gustaba su trabajo, simple y elegante a la vez. Pero su actitud esquiva impedía que ni siquiera pudiera mantener una cordial conversación con él a la hora del café. Con mucha frecuencia pensaba en él, dónde viviría, ¿sería así de apático con sus amigos?. Decidió escribir en el cuaderno "Hablar con Philip".

Aquella mañana, Philip llegó a su cubículo con unas ojeras que le llegaban a los pies. Pasó el día realizando su trabajo. No pasó nada.

20 de julio de 2011

VI: Demasiadas preguntas para un cuadro de Sorolla

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

No entendía el funcionamiento de aquel cuaderno, de sus textos escritos en él, de su poder. Estaba claro que influía en su vida, pero ¿y en la de los demás?. ¿Qué era aquel mundo que había creado?. ¿Qué era real y qué no?. ¿Acaso estaba soñando?. ¿Dónde estaba?, ¿en la guerra o en el sitio que siempre soñó?. ¿Qué pasaba si por alguna razón no podía escribir o si se quedaba sin cuaderno?. ¿Quién puso ese cuaderno allí?. ¿Tendría respuestas para ella?. Agitó la cabeza hacia los lados como deshaciéndose de tantas preocupaciones, decidió improvisar.

Escribió: "Salté encima de los charcos". Miró por la ventana, hacía un día espléndido. Quería poner a prueba aquel instrumento.

Dio un salto, corrió como una niña pequeña hacia el armario, mientras sonreía. Buscó un vestido que ponerse, le encantaban todos, le encantaba su armario. Volvió a deternerse ante la ropa que no era suya. Se acercó y la olió. Se le escapó una leve sonrisa. Se puso un vestido blanco, simple, sin detalles. En la parte inferior encontró unas sandalias. Se miró en el espejo y pensó que quizá a Sorolla le hubiera gustado pintarla, ¿habría playa en aquel lugar?.

Corrió escaleras abajo y abrió la puerta. El sol había desaparecido, llovía. Su sonrisa se volvió aún mayor, el cuaderno funcionaba. Salió al jardín, dejó que la lluvia destrozase su peinado, que las gotas se confundieran con las lágrimas que caían por su rostro. Lloraba de alegría, estaba saltando encima de los charcos.

13 de julio de 2011

V: ¿Pies frios? Nunca más

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

Estaba tan a gusto, limpia, sin sangre, sin dolor en las muñecas, sin cansancio en las piernas. La cama era enorme. Las sábanas olían a recién lavadas. Se dio una vuelta, otra más, le gustaba hacer eso, estaba agusto. Se quedó dormida.

Notó como alguien la abrazaba con cariño. No quiso abrir los ojos, disfrutó del momento. Cogío su mano y se la llevó al pecho. Durmieron como nunca lo habían hecho.

Por la mañana, los rayos de sol que se colaban por el ventanal la despertaron. Tenía un nuevo cuaderno en la mesita y no había nadie más en la habitación. Al su lado, una nota. "Con esto, no tendrás que regresar jamás."

No lo había pensado, pero si escribía la historia estando dentro de ella, los minutos se convertirían en horas y podría disfrutar de aquello para siempre. No volvería a estar sola, no volvería a dormirse con los pies frios, no sería infeliz, nunca más.

6 de julio de 2011

IV: Rojo carmesí

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

El olor metálico de la sangre empezaba a llenar toda la habitación. Nunca había estado tan alterada, pero tranquila al mismo tiempo. Tenía un cadáver a sus pies, sin embargo, le consolaba saber que no era el suyo.

Su cuaderno estaba encharcado, sus hojas, inservibles. Solo quería seguir escribiendo, durante tanto tiempo que una vez de vuelta a aquel lugar, nada pudiera hacerle salir de él.

Clavó sus rodillas en el frío mármol y, con el dedo índice, retomó la historia. Ahora, todo se teñía de rojo carmesí.