5 de agosto de 2011

VIII: Chocolate por la tarde y muertos por la mañana

Advertencia: este relato forma parte de una historia, quizá deberías leer desde el principio...

Los domingos solía tomarse un chocolate caliente mientras miraba al mar. Ese domingo un hombre se sentó a su lado, Agnes intentó mirarle, pero no pudo evitar quitar la vista del horizonte, algo se lo impedía. Aquel extraño al que apenas podía mirar de reojo comenzó a hablar:

-No escribas sobre él, no lo vuelvas a hacer. Hay más gente que busca el cuaderno, si empiezas a llamar la atención irán a por ti y te lo quitarán. En el momento en que tengas problemas Philip te ayudará, él no sabe nada.

Se fue.

Aquella noche, mientras se lavaba los dientes, Agnes miró al espejo y se vio a si misma en medio de la guerra. Comenzó a temblar.

Por la mañana no supo qué escribir en el cuaderno, se lo llevó con ella. Llegó al trabajo sin su característica alegría mañanera. Todos se percataron, sus compañeras no se interasaron, los machos de la oficina hicieron la típica broma sobre el ciclo menstrual femenino y Philip se sintió preocupado.

Reunió fuerzas y decidió ir a hablar con ella, pero no estaba, había salido. Preguntó a dónde se había ido: "accidente mortal en el puente del Sur, muchacho". Robert había ido con ella para escribir la crónica, sintió celos.

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